Control del Temperamento

Control del Temperamento

Érase una vez un chico joven, guapo, talentoso, creativo e intelectual.

Era el tipo de persona con quien todo el mundo quería trabajar.

A pesar de todos estos atributos positivos, tenía muy pocos amigos. La razón era su ira incontrolable.

Él se enojaba con mucha facilidad y fácilmente hería a las personas con sus palabras.

A medida crecía, este mal hábito también creció con él y empezó a creer que el problema estaba en las personas que interactúan con él, y no él por faltarle control sobre él mismo.

Debido a su naturaleza irascible sus padres estaban preocupados por su futuro. El padre del niño pensó en una manera de ayudar a su hijo con su problema de mal genio.

Su padre le dio una bolsa de clavos y un martillo. Le pidió al chico colocar un clavo en una tablero de roble cada vez que se enojara. También le pidió que golpeara tan duro los clavos como fuera posible para liberar cualquier enojo.
temperamento
El tablero de roble del jardín era duro y no era fácil colocar clavos en ella.

Al final del primer día el tablero tenía ya 36 clavos.

Con el paso del tiempo, el número de clavos en el tablero se reducía porque el muchacho pensó que era más fácil controlar su temperamento que clavar clavos.

Un día el niño no se enojó ni una sola vez ni tampoco había clavos en el tablero. El muchacho se sintió feliz y orgulloso y le contó a su padre sobre el control de su temperamento. Su padre estaba feliz porque la técnica funcionó.
El padre hizo su siguiente movimiento pidiendo al niño a sacar los clavos uno por uno.

Le dijo que lo hiciera el día en que no perdiera los estribos ni una sola vez. Pronto, el niño aprendió a controlar su ira y sacar los clavos se volvió una tarea cotidiana para él.

Pasaron muchas semanas y un día el muchacho no se enojó ni una sola vez y ya no había clavos que sacar. Contó su logro a su padre.
Cuando el niño informó que había sacado todos los clavos, el papá le pidió al muchacho que lo acompañara al jardín y observara cuidadosamente el tablero de roble.

Le dijo a su hijo que lo había hecho bien, pero le preguntó si había planeado hacer algo con los agujeros que quedaban.

El hijo se quedó perplejo y no sabía qué decir.

El padre le dijo a su hijo que no importaba el futuro, el tablero no volvería a ser el mismo de antes; que todo lo que hacemos o decimos cuando estamos enojados produce un impacto similar en los demás. No importa cuántas veces usted se disculpa por las cosas que ha hecho o cuántos años pasen, las cicatrices permanecen siempre.
También le dijo al chico que las heridas producidas por las palabras son más graves que las heridas físicas y tienen un impacto eterno.

Hizo entender al niño que la gente es mucho más importante y preciado que el tablero de roble; estas personas nos ayudan a convertirnos en lo nos convertimos, nos hacen sonreír, y algunos se vuelve parte de nuestra vida.

Esta explicación de su padre hizo que el niño entendiera que tenía que tratar a todos con amor y respeto. El chico finalmente logró superar su problema de temperamento y se volvió encantador.
Moraleja de la historia
No importa lo mal que estén las cosas o lo enojados que estemos, hay que mantener un control sobre lo que decimos y hacemos. Esto nos ayudará a conservar más a la gente en nuestras vidas y evitar conductas hirientes y ofensivas.
Fuente – http://academictips.org/blogs/temper-control/

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