¿Comiendo emociones?

Es necesario, antes de empezar, aclarar que la comida y las emociones se digieren en un mismo espacio, el estómago, de esta manera resulta evidente que una estimula a la otra y viceversa. Es realmente importante tener esto presente antes de ingerir algo de manera inconsciente, pues podríamos terminar arrepintiéndonos, puesto que la sangre que es el vehículo por el cual nuestra alma se mueve por todo el cuerpo, saber, que la calidad de la sangre y su movilización armónica dependen de la alimentación.
Al asociar un estado emocional determinado con la ingesta de un alimento puede llegar a condicionarse la respuesta fisiológica de la emoción a la simple presencia de este alimento, esto explica que la dieta sea un coadyuvante muy valioso del tratamiento psicológico y viceversa, así, una persona con el corazón acongojado probablemente se incline a comer cosas dulces que a la larga terminan por torear sus miserias y provocar grandes problemas a nivel físico. Esto sucede, cuando no logramos canalizar correctamente una emoción.

Los patrones en la alimentación se ven reflejados de muchas maneras, tanto física como emocionalmente. No hay mayor tragedia que perder el poder de sentir la propia saciedad, y el hambre real es pisoteado por el umbral entre la saciedad y las ganas de comer impulsadas por pensamientos y/o emociones, casi siempre, inconscientes generados por sentimientos de tristeza, enojo, frustración y cansancio, entre otros.
Lo expuesto anteriormente no le sucede a un bebé o un animal conoce a la perfección este punto, y a diferencia de muchas personas, lo respetan. Si todos aprendiéramos a hacer esto nuevamente no habría que contar calorías nunca más, bastaría con tener un dialogo honesto con nuestro propio cuerpo y entrañas.
Esto sucede por muchas razones: además del estado anímico, la conducta alimentaria forma parte de un conjunto de factores culturales, sociales, psicológicos, religiosos, económicos y geográficos. Esto quiere decir que se nos fueron heredadas nuestras conductas alimenticias, y puede que, a veces, al seguirlas, estemos irrespetando nuestra propia necesidad. Esto también sucede cuando comemos únicamente por saciar un sentido de placer o estrés a través de los sabores sin realmente escuchar nuestro cuerpo, pues la mente tiene el poder de hacernos creer que eso es lo que realmente necesitamos, y así, como cuando éramos niños nos apremiamos con un dulce que lejos de satisfacernos puede causar mucho daño en muchos niveles, puesto que el resultado tiende a ser la obesidad, y el montón de enfermedades tanto físicas como mentales que de ahí se derivan.
En este caso lo mejor es recurrir a un espacio de silencio para permitirnos escuchar nuestro cuerpo y reconocer de donde nace la necesidad de comer desaforadamente. No obstante, el daño corporal ya está hecho por lo que al cuerpo deberá atendérsele lo antes posible para así, poder salirnos del círculo vicioso que crean algunos alimentos de ser ingeridos a través de emociones y no del verdadero sentimiento de hambre, que es, en realidad, una respuesta fisiológica natural.
Una vez aceptada y observada la emoción y su causalidad es importante tener claro que las acciones porvenir deberán estar direccionadas a atender esta emoción para encontrar una solución rotunda a este comportamiento. Es aconsejable realizar actividades físicas de manera regular, pues esto oxigena el cuerpo, y le regala vitalidad, añadir a la dieta regular alimentos ricos en triptófano, para que estimulen la secreción de serotonina y así reducir la ansiedad de manera natural como lo hacen el cacao puro, el plátano y las nueces, y por supuesto, beber muchisima agua, que es vida y viva está.
***Recuerda: para pensar bien, se debe comer bien.***

Medicina Positiva